sábado, 17 de enero de 2009

Lo apolíneo y lo dionisiaco de Prosperos´s books

Los libros de Próspero, de Peter Greenaway, más que ser una adaptación de La Tempestad de William Shakespeare -la obra más difícil de realizar de este dramaturgo universal-, es una experiencia estética donde se da un choque, una dialéctica entre lo apolíneo y lo dionisiaco, entre lo renacentista y lo barroco, la cual, a lo largo de las dos horas que dura este filme, crea un dinamismo narrativo y visual extremadamente tangible pero a su vez de difícil lectura para un espectador pasivo o para el que no conozca la diversidad de códigos plásticos que se dan casi al unísono, en esta película. Principalmente, las referencias artísticas de esos dos grandes periodos de la historia del arte, se entrecruzan creando un entramado complejo para una narración cinematográfica que se mantiene bastante fiel a la obra original.
En resumen la trama es sencilla: Próspero, duque de Milán, mago y apasionado lector, ha sido desterrado junto a Miranda, su hija, por su hermano Antonio, el cual se apropia de su territorio –Milán-, unos de los cinco estados principales del territorio italiano del renacimiento. Próspero y Miranda, gracias a la ayuda de Gonzalo, un amigo fiel, logran sobrevivir en altamar, haciéndose compañía a la aventura con varios libros. Padre e hija, entonces niña, terminan varados en una isla desconocida, donde habitan varios seres mágicos: la bruja Sycorax, Ariel y Calibán. Gracias a su magia, Próspero libera a Ariel de una prisión hecha en el tronco de un árbol. Éste se vuelve fiel sirviente de Próspero en la isla. Pasa el tiempo y él junto a su hija, sus libros, viven rodeados del mar, esperando que algo pase para reclamar sus tierras. Próspero le ordena a Ariel que cree una tempestad terrible, con la cual pretende hundir el barco donde viajaba su hermano, junto a otros súbditos de éste. Aquí comienza su venganza. El barco se hunde y la tripulación queda separada en distintas partes de la isla. Cada grupo, cree lo peor del otro, sin saber que ninguno resultó mortalmente herido. Prospero continua dándole órdenes a Ariel por escrito, al cual le ha prometido la libertad. Gracias a sus artificios, Próspero hace que Miranda conozca a un naufrago, Fernando, el hijo del duque de Nápoles. Ella se enamora de él, como su padre lo tenía planeado. Mientras Calibán, también con sed de venganza, reúne a unos cuantos soldados borrachos de la embarcación hundida, y planea con ellos hacerle daño a Próspero. Al otro lado de la isla, Antonio, el duque de Nápoles y los demás súbditos, creen muertos a los otros, sufren terriblemente sus pérdidas y se creen varados para siempre. Miranda y Fernando se casan. Una vez esto, Próspero elimina la peligrosa presencia de Calibán de la isla. Ya solo le quedan su hermano y los demás para vengarse, pero cuando dispone terminar el plan, el Ariel conmovido por el sufrimiento de los otros, conmueve a su vez a Próspero, que al final perdona a todo, renuncia a sus libros, a su magia y libera a Ariel.
La dialéctica entre lo apolíneo (lo renacentista) y lo dionisiaco (lo barroco), se da tanto a nivel narrativo y visual, como en la construcción de los personajes, la puesta en escena y el montaje. Esto se da tanto en un nivel macro como micro. Próspero, por ejemplo, vendría siendo en esencia un personaje que representa, lo apolíneo, el humanista del renacimiento (claro, con tintes medievales, por lo de la magia como ejemplo). Si hacemos un découpage del personaje podremos profundizar un poco en este aspecto, y hasta encontremos características distintas a las renacentistas, como por ejemplo, la lengua, la manera en que éste se expresa y escribe, claramente barroca, llena de metáforas e hiperbatones. Es decir, su boca-mano, los instrumentos a través de los cuales formula su magia y se comunica, son de carácter dionisiacos, barrocos. Siempre hay teatralidad en su lengua. Pero en la construcción de este personaje el gen dominante, al menos en apariencia, es el apolíneo, que se puede apreciar incluso en su vestimenta, completamente armoniosa y sobria. No puede hacerse de la vista larga a una de las características humanísticas del renacimiento: el afán de adquirir o poseer conocimiento. Próspero es un amante de los libros y estos nos dan una gama, un rango bastante amplio de su conocimiento universal. Podría pensarse tal vez que para que Próspero fuera un personaje realmente renacentista debería parecerse más a figuras de esa época, como Leonardo Da Vinci o Miguel Ángel, en cuanto al don de la creación que éstas tenían, en sus diferentes manifestaciones artísticas. Y Próspero lo tiene. Él posee el don de la escritura –ese es su arte-, pero no una escritura cualquiera: Próspero escribe el destino, lo cual sería el mayor arte de todos. Y al hablar de esto, no se puede dejar de hablar de la presencia de su Ariel, su fiel sirviente, representado en la película de Greenaway por tres figurantes-actores: un hombre joven, un puberto y un niño. El Ariel es un claro símbolo de escritura: Ariel es su pluma. Ligero. Incluso, es evidente desde la manera en que nos lo presenta Greenaway por primera vez: vemos en recuadros justo dentro del plano -evocación a un libro dentro de otro-, la punta de los pies de Ariel, caminando sobre el agua del mar, encaminándose a hacer el mandato que había ordenado Próspero de crear tal tempestad, que la nave donde viajaba su hermano, fuese hundida. Ariel es la pluma con la que Próspero escribe su destino y el de los demas, pero, ¿Cuál es su tinta? El propio mar. Mar, símbolo eterno de madre y destrucción. Un ciclo. Próspero parece ser un dios en cuanto su dominio sobre este, como un poeta sobre las letras, las palabras, la tinta, el agua superior. Es al comienzo del film cuando se nos habla del posible libro más importante de todos, el del agua. Aquí Próspero nos dice que el mar lo mismo deshace las cosas como de la destrucción construye las cosas más bellas, como perlas. (Pensemos en el barroco, de donde nace el mismo nombre de este movimiento) Esta idea de destrucción-reconstrucción, de caos-orden, repercute a un nivel macro en la misma historia. El mar que destruyó la vida pasada de Próspero y pero también le devuelve todo lo suyo, incluso algo más, al casar a Miranda con Fernando.
Claramente estamos viendo el poder de Próspero sobre los demás a lo largo de la película. Se refleja en buena parte a un nivel sonoro: escuchamos como se mezcla la voz de los personajes con los la voz propia de Próspero, como si este dictara lo que deben decir y estos no lo supieran. Se elimina el libre albedrio. La voz de Próspero le da libertad a la de los otros personajes hasta el momento en que renuncia de sus libros –los hunde en el mar- y deja de escribir. Es aquí, cuando a nivel de montaje, deja de salir el rectángulo dentro del plano, en el que se veía la punta de su pluma sumergiéndose en esta tinta azul, marítima, con la cual escribiría las palabras que luego se harían realidad. Aquí, deja de escribir propiamente el libro que escribió durante casi todo el film. A través de esas páginas -hecho de celuloide y papel-, Próspero elabora-escribe todo este plan de venganza, y lo escribe con Ariel. Su palabra se cumple, es hecho.
Próspero es un personaje que lucha a lo largo de la película por conseguir una armonía. (Véase armonía, como un regreso a Milán con su hija). Eso está claro desde el principio. En el primer plano secuencia de la película, en el cual vemos en un travelling lateral de izquierda a derecha, Próspero camina muy solemnemente, rodeado de columnas que nos remiten a una época clásica, renacentista. A su alrededor vemos casi llenado el plano, a diferentes personajes danzando frenéticamente en un claroscuro barroco. La arquitectura y la iluminación funden, se reescriben concepciones estéticas tanto del periodo renacentista como del barroco. Sobre este plano secuencia se remonta otro recuadro en el cual vemos una gota de agua caer: antesala del libro del agua. La tinta. Cuando no vemos la imagen del agua caer, la escuchamos y este sonido por su constancia, su repetición se vuelve modular como las hileras de columnas por las que pasa Próspero. Ese mismo sonido se fusiona con el resto de la música a medida que Próspero sigue avanzando equilibradamente. Con cada uno de sus pasos la muchedumbre se va calmando, pierde lo exacerbado, y la constante recomposición del plano va adquiriendo una mayor armonía. Se logra apreciar más claramente, las líneas horizontales y verticales, el equilibrio de los cuerpos que se pasan los libros de Próspero casi desnudos. Es decir, es como si él hiciera un viaje en retroceso en el tiempo, en la historia del arte, y caminara del barroco al renacimiento en busca ese equilibrio perdido; y esto es la motivación del personaje.
La dialéctica, llamémosla, prosperoriana, se ve representada a un nivel mayor en la manera en que su presencia afecta a la misma isla. Repercute incluso en su geografía. La flora de la isla juega el papel de lo dionisiaco con sus curvas, su falta de centro, su volumen tan teatral, y la casa de Próspero -de clara arquitectura renacentista- en medio de la isla, es un intento de dar armonía a esta, de crear su propio orden dentro de esta geografía exuberante. El orden al que Próspero aspira llegar se siente también, en la forma que ha afectado a los otros personajes de la historia. Al Ariel, lo libera de su prisión, lo hace su sirviente. A Calibán, trata de educarlo, pero es demasiado salvaje, así que desiste, y al final termina eliminándolo.
Para reforzar la idea de la dialéctica entre los apolíneo y lo dionisiaco, es justo que hablemos un poco más de otros personajes. El de Calibán, por ejemplo, de carácter evidentemente dionisiaco, teatral. Greenaway nos presenta un personaje que se supone sea un salvaje, con sus pulsiones a flor de piel, pero lo hace de una manera muy bella: Calibán baila danza moderna, y lo hace con una gracia fuera de serie. Su cuerpo es hermoso y está decorado con bodypainting. Nos encontramos con una concepción nueva de los salvaje, dígasele posmoderna por la manera en la que reescribe el barroco sobre la piel de Calibán Los movimientos al bailar en general son curvos, helicoidales, a veces antinaturales. Lo que a través del movimiento podría ser otra reescritura del barroco -quizás del manierismo. Otro personaje interesante es el de Ariel, interpretado por tres actores. Este personaje va por la línea apolínea. El Ariel más pequeño, se acerca bastante a la representación religiosa de un ángel, de su inocencia. Incluso, es el que en el segundo acto, es retratado con una flecha, como Cupido. Pero también este pequeño intérprete es que comete, las ordenes más terribles de Próspero. Cuando crea la tempestad que hunde el barco, el Ariel-niño orina sobre el mar. Véase su pene como un instrumento seminal con el que escribe sobre el mar. El Ariel mayor es el que le da voz a Ariel cuando le pide libertad a Próspero. El puberto es el escriba y el que a su vez, en su representación, nos ayuda a crearle a este personaje, un perfil más renacentista, ya que en varios instancias de la película, es el que canta como los castrati de las iglesias cristianas; lo que también resalta la idea de que este personaje sea, un ser asexual, como un ángel renacentista.
Las características renacentistas y barrocas no están representadas solamente al nivel de creación de personajes, el dinamismo de lo apolíneo y lo dionisiaco se da en otros niveles formales. En la puesta en escena por ejemplo. Durante la película, nos encontramos con numerosos planos secuencias en los cuales van cambiando de características renacentistas a barrocas. O incluso se contradicen. La manera en que las columnas crean la perspectiva renacentista, el equilibrio de las formas humanas en la composición entran en choque con una iluminación que beneficia al claroscuro, tan utilizado en el barroco. En la película puede haber momentos en que el ordenamiento de los personajes es tan, que solo pueden evocar la armonía y la simetría renacentista, y de un momento a otro, el movimiento de los actores y el de la cámara, recomponen el plano, creando formas comunes del barroco, como la asimetría, helicoidales y triángulos irregulares.
La dialéctica no solo se da en los planos secuencias, Greenaway también la crea con el montaje. Por ejemplo, la secuencia en la que Miranda duerme y Próspero le cuenta la historia de cómo llegaron a la isla gracias a la traición de su hermano. En ella podemos ver cómo, en los planos en los que vemos directamente a Próspero y a Miranda, impera la armoniosidad, la simetría, lo equilibrado, la presencia de columnas grecolatinas. Pero cuando corta a la representación de lo que Próspero narra, las composiciones se vuelven asimétricas, el claroscuro es más fuerte. Entonces las escenas chocan, construidas en su mayoría con planos secuencia, casi en el montaje de atracciones de Eisenstein. Esto se refleja también cuando por momentos, en el recuadro interior del plano, Greenaway nos coloca un contrapunto al plano grande.
Otro elemento importante en la película es en sí los libros de Próspero. Estos no representan el conocimiento que Próspero tiene, sino que actúan como el vínculo entre la magia y la realidad. Los libros de Próspero se presentaban generalmente dentro de unos de los recuadros que a su vez estaba dentro del plano. Libro dentro del Libro. Con eso es como si nos dijera que el libro –lo que está en el cuadro pequeño- tiene correspondencia o representa al plano más abierto, simboliza esa realidad, ata a esos personajes con el concepto detrás de ese libro. Estamos entonces ante un juego de espejos. Este juego de espejos también se puede ver inferido en los cuadros más pequeños, en los cuales veíamos claramente el libro, y sobre éste algún objeto que el mismo libro ilustrara. Por ejemplo, con el Libro de animales, sobre las páginas del libro que ilustraban a un perro y a un insecto, se podía ver claramente a un perro y a un saltamontes real. Es como si de alguna manera las letras, las ilustraciones de esos libros nos dieran, o crearan, la realidad y los objetos inherentes a ella. Esto por un lado, y por el otro tenemos al personaje de Próspero que durante la mayor parte de la película sumerge a su Ariel en la tinta y escribe su propio libro. Próspero está creando una historia, la escribe, edifica su realidad con el impulso de su tinta. Aquí es donde se concentra su magia, en este acto trasgresor y creador que afecta a todo, al cual renuncia después, una vez ha perdonado a su hermano –gracias de su pluma.
En conclusión, estamos ante una obra-espejo que sin duda es dinámica, intelectual, plástica; una obra que es una experiencia inusual para el espectador, incluso para el que ha leído Shakespeare o lo ha visto representado, tanto en la pantalla como en los escenarios. Este film, Los libros de Próspero más que una película, es un libro de varios libros, un libro escrito con ánimos renacentistas de la manera más barroca y posmoderna posible; un libro cinematográfico, que reúne a todas las artes en el celuloide y las abigarra para crear un retrato de su mismo creador: Greenaway, que es el verdadero Próspero, pero un Próspero que ya escribió su propio destino con esta obra en la historia del cine.